miércoles, 28 de junio de 2017




Esto se los dejo a mis niños, a mis hijos y alumnos!

Se les quiere!

…para dentro de unos años
Hace unos años atrás, cuando era una niña como uds. me encantaba pasar las vacaciones en casa de mi abuela Barrios y cocinar con ella, era emocionante, un emocionante bonito que  me llevaba a soñar con mi príncipe azul… No sé, simplemente me sentía bien, parte dé.
Con ella, en la cocina no importaba si era niña o adulto, era gente.  Participaba, aprendía y se me exigía seguir las reglas, hacer las cosas bien.   Los suspiros, el batir las claras de huevo a punto de nieve y poco a poco, muy poco a poco ir incorporando el azúcar, me invitaba a medirme, a pensar, esperar.
La cocina de “Mamahila, era un sitio especial, un sitio en donde se cuidaba no gotear el piso con las manos mojadas, en donde el pañito se colocaba sobre la campana, y  el orden sabía bien y olía a amor, a cariño a ganas de vivir y de cuidar aquello que nos daban. 
En aquella época aprendí a esperar que se enfriara la torta antes de picarla.  En más de una oportunidad me fui a casa y la torta aún estaba caliente.  Y vamos que me gusta el dulce, y con todo lo que me gusta, y con todo lo que aporté y esperé a veces, a veces lo que trabajamos no es para nosotros, es para los otros.
Fui creciendo, y ya las vacaciones comenzaron a tomar otros matices, la cocina pasó a segundo …tercer plano.  Y pasaron los años, y con ello hubo un tiempo en que la cocina perdió su color, su luz, sus aromas …hasta que un fin de semana, con una revista, “En casa de Kristina”, me tropecé y en donde una receta: “Isla Flotante”, encontré, recordé aquellas piñatas que mi abuela y mi tía preparaban.
Aún veo la decoración de la mesa y la lámpara del comedor.  Aún recuerdo aquellos suspiros rellenos de arequipe.  Veo cada plato, cada cubierto en su puesto, veo el orden una vez más, no como un deber sino como el querer.  Como si cada acto, el de tomar un tenedor, extender la mano y colocarlo aquí y no allá fuese una forma de tender un puente para llegar a los otros, fuese una forma de pensarlos y decirles que los esperamos.  Como si el encuentro siempre fuese posible aunque no estemos realmente presente, como que vale la pena esforzarse, esperar el plato que se ha de cocinar porque las palabras nunca van a sobrar ni faltar cuando el amor buscamos aprender a expresar, cocinar.

anabella barrios matthies,
preparando las recetas para la primea semana del taller de psi-cocina Julio 2.009
PD.:

“No hace falta ser perfectos, pero ¿Qué nos cuesta hacerlo bien?” (dice mi papá)