…Introito:
La cocina …el cocinar, lo humano que humaniza y deslastra al alimento de su puro valor nutricional para comenzar a acariciar el alma, comenzar a hacer crecer nuestro cuerpo, mente y corazón. La cocina, el cocinar debe su existencia a lo humano que habita en nosotros, es la manifestación de nuestra posibilidad de transformación y creación más allá de lo biológico.
Es a través de la comida que establecemos nuestros primeros vínculos, y son los vínculos los que nos humanizan; Es el haber padecido el hambre y vivido el encuentro con el alimento -amor en nuestros primeros días- lo que nos lleva a buscarlo y crearlo cuando nos falta.
Con vida propia, he tenido el privilegio de tener despiertos los sentidos y la consciencia de que hay cocinero(s) detrás de cada plato que pone a bailar mi paladar; he tenido la suerte de sentirme pensada, deseada, querida y sorprendida cuando el arte en tres dimensiones y en cinco sentidos me sugiere incorporarlo.
Más allá de saborearlo, me he detenido a disfrutarlo, agradecerlo y pensarlo,
…preguntándome:
¿Quién es aquel que seduce mi alma? ¿Quién cuida a quien me cuida? ¿Quién piensa a quien intenta pensarme?.
En mi mente se escondía en la oscuridad de la noche, de una forma en que no lo podía ver, aparentemente resignada, ingenuamente me hacía creer que estaba desconectada, y como un radio la curiosidad se apagaba.
Pero un día, esos de luz hermosa, en los que uno despierta y como en las películas, los pajaritos cantan en tu ventana, el café te despierta con su aroma en la mañana… En fin, gozaba de exquisita calma, revisé mi e-mail y cual accidente me encontré con uno de Silvia con “Y”, anunciando el curso de “Las Seis Reglas de Oro. Comer Bien y Vivir Mejor” por el chef: Sumito Estévez. Con aquel despertar, la oferta no podía más que engranar. Inevitablemente, me acerqué y tomé mi primer curso en el ICC.
Transcurridos unos días, e-mail’s iban y venían; entre curso de “Pasa-palos” y correos, un curso llevó al otro y Srs.: ¡Pescados y Mariscos!, ¡Me han montado en la olla!. Seducida, obnubilada; la voluntad solo quedaba en mi almohada, se me ofrecía ser aficionada.
Así que, aquello que comenzó con un enigma, un baile en mi paladar, se tradujo en preguntas, luego en cursos y mientras aprendía a cocinar, estaba siendo cocinada. Impregnada en sensaciones ya empezaba a estar hipnotizada y de mi consciencia parecía estar deslastrada cuando: capa a capa como cebolla había sido deshojada, sin reparo ni vergüenza como zanahoria desglasada, estaba entregada. Y secretamente, sin yo misma saberlo, me imbuí, me sumergí y dance con cada uno de los ingredientes.
No me quemé, ni cociné, me cociné y me corté, pero ya me curé porque fui cada uno de los procesos y viví cada uno de los momentos. Fue la cocina, el instituto el ingrediente que me faltaba para darle a mi vida el golpe de horno que necesitaba.
Así, sin saberlo había emprendido un viaje, una excursión a un mundo paralelo, ajeno. Vestida en ingenuidad, sigilosamente fui tras mi curiosidad. Intempestivamente mi alma desconoció la paz, iniciando una cruzada con batallas que aún necesitaban ser libradas; donde las palabras no habían sido creadas, las imágenes reinaban y por tanto comunicaban; se transformaban y me acompañaban a despertar, crear y re-crear cada uno de mis sentidos, mi ser y razón de ser: lo que hoy comienza estar sobre este papel.
En tierras de Hades, con las “Trufas Blancas de Alba”, el té tomé. Entre una y otra cosa confesaron ser semillas de Hermes. Pronto comenzaron a llenar mi mochila de nuevos ingredientes, y con un beso en la frente, cada una de las vivencias fueron colando, los descubrimientos insertando, alimentando y poco a poco, develando la más hermosa verdad
… El Buen Cocinero es aquel vino que ha labrado su derecho a ser humano.
Desde ahí, buscando una copa, va creando el alimento sobre el cual vierte una porción de sí, impregnando la sociedad, con la evolución histórica de la humanidad.
Una Buena Cocinera es aquella trufa que se ha labrado el derecho a ser humana y con su aroma por la mañana, gesta la realidad y a un cocinero ha de albergar.
…
Finalmente, las musas, perdón trufas, apuraron mi partida. Abrazando mi alma con la verdad, restauraron mis alas. Se posaron sobre las raíces como antorchas que iluminaban la salida, protegían la llegada de la vida que esperaba ser tomada y que con su aroma despertaban. Deseando que me encontrara herederos de ese fuego, que con pies en esta tierra, enraizaran mente y cuerpo en la cocción de la realidad: dos mundos, dos cocinas, dos perspectivas de la vida y Tres imágenes: arte, ciencia y vivencia. Para labrar una nueva cocina, un mundo mejor
que se erija sobre la comida que acaricia el alma, al tiempo que delicadamente se cocinen las almas que hacen comida.
Anabella Barrios Matthies
Abril, del 2.008
No hay comentarios:
Publicar un comentario